De tanto en tanto sale una noticia por
redes sobre Elena Lorenzo. Una señora que se autodenomina coach y que promete que se puede ‘dejar atrás la homosexualidad’.
Sí: en España en 2018. No hay tampoco que extrañarse demasiado.
Lo que Lorenzo propone no es una ‘terapia
de reconversión’; ella lo llama ‘gestión de las emociones’ (que para algo es coach.); y asevera que respeta
profundamente a todo ser humano. Con esto quiere decir que si una persona está
cómoda y satisfecha como homosexual, adelante, que lo sea, no hay ningún
problema. Pero si, por el contrario, la homosexualidad le ‘produce’ ansiedad,
infelicidad y otros males, ella puede, mediante un ‘proceso de acompañamiento’,
hacer ‘florecer la heterosexualidad’. ¿De dónde viene este discurso?
Lorenzo
rehúye de utilizar en su lenguaje expresiones como ‘curación’ o ‘reconversión’,
procesos que para homosexuales y
personas trans* significaban en el pasado desde lobotomías, hasta inyecciones
de hormonas que provocaban todo tipo de reacciones, castraciones químicas, o
descargas eléctricas y técnicas ‘eméticas’ (que provocaban el vómito) que
asociaban el deseo homosexual con el dolor físico. Técnicas de reeducación del
deseo mediante la violencia. Algunas de estas torturas a homosexuales,
lesbianas y personas trans* se dieron en este país durante el franquismo, y hoy
en día se reconocen, y su gravedad no se discute (aunque sigue habiendo ciertas
resistencias). Desde el 26 de diciembre de 1978 la homosexualidad no es ilegal
en España, y a las personas de sexualidad subalterna
o de performance de género no binaria, ya no se nos debía meter en la cárcel
por ese motivo, acuñado como “peligrosidad social”.
Ilustres doctores de la época como López
Ibor, se quedaron absolutamente perplejos cuando la APA (Asociación
Psiquiátrica Americana) decidió retirar la homosexualidad del catálogo de
enfermedades mentales en 1973. López Ibor (que sí convivió con el empleo de
estas torturas) mostraba su decepción con esta decisión porque su única intención, según sus propias
palabras en un artículo del 74, era "acabar con el sufrimiento de estos seres.”
Tras él, otros tantos responsables de torturas a homosexuales y personas trans*
durante esta época se refugiaron en la retórica de la compasión como justificación
de lo que hicieron. Un argumento de repugnante cinismo del que, por cierto,
procede el discurso de Lorenzo.
El 26 de diciembre de 1978 la
homosexualidad fue despenalizada. Una urgencia conseguida por el esfuerzo de
muchos años de la colectividad organizada por la liberación homosexual, que
cambió la vida de muchas personas inmediatamente, ya que pudieron por fin salir
de la cárcel. Sin embargo el estigma permaneció (y permanece para muchas
subjetividades que fueron catalogadas como ‘peligrosas sociales’) y se nos dejó
en un estadio intermedio, en un estadio de no-ilegalidad, pero tampoco de
restitución ni de reconocimiento como víctimas de torturas. Quedaba todavía una
batalla social por delante que tenía que ver con nuestra enunciación como
sujetos, con ser parte equivalente de la ciudadanía, con nuestro lugar en la polis. Un proceso que continúa y que nos
sigue preocupando en todo momento, en nuestros activismos, nuestras conexiones,
con nuestra familia, nuestro contexto cotidiano: escribimos nuestra identidad
todos los días. Y la escritura de nuestras identidades, ya sabemos, está llena
de posibles trampas y de los estigmas de la opresión.
Lorenzo no reconvierte, no cura: acompaña.
Y lo que hace no está penalizado, y debería estarlo. Debería ser ilegal porque
lo que hace sí es tortura. Es tortura señalar sistemáticamente a individuos
tradicionalmente oprimidos, y en gran mayoría traumatizados por el estigma y el
rechazo, y decirles que lo que debe cambiar en este proceso de daño son ellos y
ellas. Que lo que hay que corregir es la homosexualidad. Decir que el estigma, el rechazo y las agresiones las
causa la homosexualidad es culpar a las víctimas de esa opresión de la
opresión misma. Vincular la homosexualidad con sufrimiento, es opresión; señalar
que la homosexualidad provoca infelicidad, es opresión; insistir en que la
homosexualidad es fuente de ansiedad, rechazo y dolor, es opresión. Y reproducir
esas opresiones y señalar que la víctima es la responsable y que, en última
instancia, está en sus manos dejar de ser como es para evitarla, es tortura.
Ese argumento perverso que utilizaba López Ibor, Sabater Tomás y hoy utiliza Elena Lorenzo
esconde (de manera bastante torpe, además), solamente odio a la diversidad en
general y homofobia en particular. El deseo es múltiple, diverso, extraño,
maravilloso, se multiplica, crece y decrece, varía... Nunca debe ser fuente de
infelicidad, ni tampoco la identidad. Es objetivo de desprecio por parte de sectores fanáticos, y son sus
discursos y prácticas los que incitan al odio, y vinculan a ello la neurosis y la
ansiedad. Es tortura causar el daño
y señalar a la víctima como responsable de ese daño.
En la web de esta coach podemos encontrar ejemplos de casos, textos sobre hábitos
nocivos (como la adicción a la pornografía o la homosexualidad) y enlaces a
entrevistas del ex-psicoterapeuta Richard Cohen (quien, por cierto, fue expulsadode forma permanente de la American Counseling Association por violar su código
ético). Cohen es autor de libros como Comprender
y sanar la homosexualidad, en venta hoy en día en librerías españolas.
Por supuesto, está relacionado con los fanáticos ultracatólicos de HazteOir.org
y CitzenGo.org que, por desgracia, conocemos muy bien entre otras cosas por el gran apoyo que cuentan para la difusión de sus ideas reaccionarias.
También podemos encontrar en su web
entrevistas que Lorenzo ha concedido, en las que expresa que el lobby gay no conseguirá callarla, cuando
fue denunciada por la asociación Arcópoli. Es tortura frivolizar con el daño de
personas traumatizadas y justificar su uso como opinión o libertad de
expresión.
#elenalorenzo #homofobia #transfobia #diversofobia #victormora #hazteoir #queer #lgbtqia #homosexualidad #transexualidad #transgenero #coach #tortura #franquismo #derechoshumanos